Ibarreche quiere una foto
ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA
Resultan patéticos los gestos de quiero y no puedo de Ibarretxe por salir del pozo en donde él mismo se metió con su disparatado Plan, y para parasitar el éxito de José Luis Rodríguez Zapatero en el ´adiós a las armas´ de la banda terrorista ETA. No bien la dirección etarra declaró el "alto el fuego permanente" y se abrió la vía de la negociación con el Estado -previa verificación de que se trata de, en efecto, de un fin de la violencia en todos los órdenes- el lehendakari volvió a sacar la ´mesa de ´partidos´ para que en su seno se planteara el proceso de paz. La estrategia es la clásica: montar un tinglado paralelo para distraer la atención de la opinión pública regional y crear la falsa imagen de que el PNV y la principal institución a su servicio, tienen algo que ver con una de las noticias más esperadas de los últimos cuarenta años. Algo que no se habría producido si, como aun aseguran los engranajes del núcleo duro del PP, tras el atentado del 11-M en Madrid hubiera estado detrás, o al lado, una oscura trama en la que se contaría con pistoleros de ETA, en calidad de subcontratados. La reacción del presidente vasco, en esta situación, está forzada por las circunstancias. La dinámica política lo ha dejado en fuera de juego. No ha tenido ninguna participación, que no sea episódica o colateral, en el desenlace de los hechos. Ni a la propia organización terrorista le interesa, en esta ocasión, el protagonismo de un político ´amortizado´ tras el fracaso de la ´operación Lizarra´ que desembocó en el imposible, y por ello también fracasado estrepitosamente, Plan Ibarretxe. Sin duda, fue la firmeza de la lucha antiterrorista, de todos los gobiernos, pero en los últimos años, de la estrategia del PP de Aznar, apoyados por el PSOE entonces en la oposición, que ofreció el Pacto Antiterrorista para oficializar la unión de criterios y empeños, de aislar legislativamente y judicialmente a la banda y a sus apoyos, lo que cegó toda posibilidad de futuro. El ejemplo irlandés, es elocuente. Su secreto estuvo simplemente en una salida ´digna´ para los presos, adaptada a las penas, y en una autonomía ´light´, más o menos equivalente a la de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.
El intento del lehendakari responde precisamente a una estrategia para reflotar el contencioso político, porque el nacionalismo, si no tiene un contencioso permanente, estalla en un vendaval de contradicciones. Ibarrexte necesita un nuevo planteamiento ´soberanista´: acabada la violencia, resolvamos, es su criterio, el problema de fondo. Pero es que el problema de fondo es inexistente sin los coches bomba y los tiros en la nuca. La reforma del Estatuto de Guernika, y alcanzar mayores cotas de autogobierno, tiene un planteamiento perfectamente nítido: el mismo camino que se ha seguido con el Estatut de Catalunya, que marca un techo para todos los demás. No es sensato pensar que los vascos tengan derechos superiores a los catalanes para conseguir un más alto ´standing´; porque el techo catalán, por otra parte, es al que pueden aspirar legítimamente el resto de las regiones españolas que quieran tenerlo. Y es que hay algunas comunidades que pueden plantearse, de momento, que su capacidad de absorción de nuevas competencias no es la de otros. Pura España plural.
Ibarretxe se está equivocando; que los partidos vascos, todos, tengan algo que decir en el proceso, no implica que pueda recuperarse la estrategia de más gasolina para apagar el incendio, que ha sido la tradicional alternativa peneuvista, en línea con el resto del nacionalismo local. Si el modelo de normalización que se está siguiendo es el norirlandés, desde luego que las posiciones tanto del PNV como ´abertzales´ son más excéntricas y voluntariosas que las del Gobierno de la Nación. Entre otras razones, porque en este proceso no se puede ignorar la realidad del entorno europeo, en lo político, pero también en lo económico. El lehendakari se ha quedado amarrado al pasado; sus iniciativas son viejas, están apolilladas, no responden al día de hoy, que tan bien definen los tradicionalmente competitivos empresarios vascos.
Mal que les pese a Ibarretxe, a Imaz y a la galaxia nacionalista, que si por ellos fuera no habría adoptado ninguna de las decisiones que han arrinconado a ETA y neutralizado a Batasuna, el liderazgo lo lleva Zapatero, Rajoy es un interlocutor privilegiado, y el Congreso es la sede de la soberanía nacional que lleva el peso del arreglo. Y es lo que hay
0 comentarios